Blancanieves, la Madrastra y el espejo encantado

La Madrastra usaba el espejo mágico para encontrar el lugar en el que se escondía la belleza, la inocencia y el sentimiento. El espejo de la pared le contaba que Blancanieves estaba viva, en el bosque. Y la madrastra atravesaba los siete montes y llegaba a la casa de los enanos (disfrazada de campesina, de buhonera, de vieja), para así poder matar la belleza del corazón.

Todos llevamos una Blancanieves dentro. ¿Cómo la cuidamos? ¿De qué manera la honramos? ¿Hacemos caso de los consejos que nos dan los enanos o le abrimos la puerta a la Madrastra para que nos vaya matando una y otra vez?

Blancanieves es un viejo cuento al que hemos de prestar atención en estos momentos de oscuridad que nos está tocando vivir. Y como todo buen cuento antiguo (como toda obra de arte), es a su vez un espejo que se ofrece a nosotros para ser traspasado por nuestra mirada, nuestra reflexión, nuestro entendimiento: nos invita a vernos de frente para hallar la respuesta a la eterna pregunta de ¿quiénes somos?

A nivel colectivo este cuento nos ofrece las pistas interiores para trabajar a favor de nuestra libertad. También nos advierte del peligro.

 

Ilustración de Angela Barrett

 

La Madrastra manipula y no le importa matar la inocencia, o los sentimientos más puros, con tal de perpetuar su reinado sórdido. Y para ello se vale de tecnología (el espejo), que le permite saber todo lo que acontece: puede buscar, encontrar y destruír aquello no que sirve a sus propósitos, aún en los lugares más remotos.

El espejito de la pared de la malvada Reina bien pueden ser los sistemas que controlan dónde estamos y qué hacemos: toda la información que voluntariamente volcamos en la red, las incontables cámaras de vigilancia que nos rodean por doquier, los gps, nuestros teléfonos, tarjetas de crédito, documentos de identidad…

Y los disfraces que usa la Reina para matar a Blancanieves (no olvidemos que la Madrastra es una oscura hechicera), pueden ser cierto tipo de cine, música, lecturas, pseudo arte, pseudo artistas, el aparato de televisión de nuestras casas con toda su nefasta programación, la prensa, sistemas educativos, nuestra actual educación sentimental… Cosas aparentemente inocuas, inofensivas y hasta buenas, pero que distorsionan nuestra visión de la verdad, nuestro propio pensamiento, nuestra íntima búsqueda espiritual y alteran y pervierten nuestros valores más prístinos.

¿En cuántas cosas peligrosamente adulteradas nos reflejamos hoy, como sociedad?

En el cuento, por tres veces, es la propia Blancanieves quien acepta los productos venenosos de la Reina. Hasta que por fin cae, aparentemente muerta, cuando come la manzana. Cae en un sueño profundo, mortuorio, que la aleja de todo. Ausente Blancanieves (la inocencia, la pureza, la transparente belleza de la verdad del corazón), la Madrastra reina a su antojo.

Qué lejos está el alba del despertar, dice Lao Tse… Estamos soñando. Ya hemos bebido nuestras aguas contaminadas, hemos comido alimentos que nos enferman, hemos mirado nuestros cielos chemtraileados y soñamos…
Nuestra hermosa alma vendida (¿a quién?), para vivir un sueño cómodo, apacible, manso, en un urna de cristal.

El ataúd, no obstante, tiene una inscripción en letras doradas para que no olvidemos que ahí duerme Blancanieves: una Princesa. Un día llegará el Príncipe y despertaremos del sueño. Y por suerte, la Madrastra, cuando Blancanieves se erija como Reina Absoluta, morirá. Este final del cuento, que aterra a más de uno, así debe ser. Somos Humanos y como tales, somos guerreros, aunque nuestra Blancanieves dormida aún no lo recuerde.

 

Blancanieves, versión de los hermanos Grimm

 

Conferencia de Dinorah Arrillaga: El viaje sanador de los cuentos de hadas

¿Sabes? Eso que te pasa ha sido contado en un cuento de hadas.

Estas mágicas obras de arte nos hablan desde un tiempo sin tiempo, son auténticas guías espirituales que nos preparan para recorrer nuestro camino vital y nos brindan soluciones sanadoras a través de sus imágenes y símbolos.

 

foto: Violeta de Lama

 

VI Jornades Medicines 3000

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«Diez consejos para el niño poeta» (Hernán Casciari)

El otro día mi hija me preguntó cómo había que hacer para escribir una poesía, y entonces le improvisé un reglamento de diez pasos fundamentales. Le dije: «Nina, escuchá muy bien este decálogo para ser poeta». Si tienen hijos, nietos o sobrinos en la edad de la inocencia, pueden arrimarlos al monitor.

 

I.
Hay que empezar por el principio: cada oración de una poesía se llama «verso». Después de cada verso bajá un renglón. Un grupo de cuatro versos se llama «estrofa». Después de cada estrofa bajá dos renglones y suspirá como si te doliera la panza, o como si hubieras comido huevo frito de noche.

II.
Para escribir una poesía nunca tengas el pelo demasiado limpio. Si hoy te bañaste, sentate a escribir mañana. No escribas una poesía después de ducharte porque te va a salir un cuento o un dibujo o un formulario de responsable no inscripto de la AFIP.

III.
Prestále atención a las sílabas, pero no a las sílabas que te enseñan en el colegio. En las poesías las vocales tienen un imán. En la frase «pasa el tren» no separes «pa-sa-el-tren». Separá «pa-sael-tren». Y ojo: cuando una vocal tiene acento pierde el imán. Por ejemplo, «ha-bí-au-na-vez».

IV.
Con los zapatos puestos te puede salir una poesía más o menos. Si llevás solamente medias, o si tenés puestas pantuflas, te puede salir una poesía muy buena. Si estás descalza te sale una poesía excelente. Pero si estás en patas sobre el pasto te va a salir la mejor poesía del mundo.

V.
La poesía más fácil de inventar tiene ocho sílabas por cada verso. Por ejemplo: «Es-ta-ba-la-Ca-ta-li-na». Pero si la última palabra es aguda tiene que tener siete sílabas, no ocho, por ejemplo: «sen-ta-da-ba-joun-lau-rel». Si te acordás de esto, ya casi casi sos poeta.

VI.
Las poesías se escriben en papeles sin renglones, con lápiz negro y con la goma de borrar a la derecha. Nunca escribas poesía en hojas cuadriculadas, ni con birome, ni mucho menos en la computadora. Al que escribe poesía en la computadora dios lo castiga, y en vez de una poesía le sale una canción de Miranda.

VII.
Una poesía es más recordable si el primer verso rima con el tercero, y el segundo rima con el cuarto. Para que dos versos rimen, tienen que ser parecidos en la penúltima sílaba, y tienen que ser igualitos en la sílaba final. Por ejemplo: «pe-lo-ta» y «ri-co-ta» riman. Pero en cambio «pe-lo-ta» y «biz-co-chue-lo» no riman.

VIII.
Un verdadero poeta se la pasa cazando frases de ocho sílabas en cualquier conversación. Si tu mamá te dice «¡Cuando te agarre te mato!» vos respondéle: «Muy bien, madre, has hecho un verso de ocho sílabas poéticas». Después salí corriendo antes de que te alcance.

IX.
Las poesías no tienen un largo determinado. Pueden tener una sola estrofa, o tres estrofas, o cincuenta estrofas, o las que vos quieras. Te das cuenta que llegaste al final de una poesía cuando escribís el último verso de una estrofa y sentís que te duele la panza en serio, que estás en patas de verdad, y que tenés el pelo más sucio que antes.

X.
Último consejo: no empieces a escribir poesía si todavía nunca abriste los ojos abajo del agua, si nunca gritaste abajo del agua con los ojos abiertos. Tampoco empieces a escribir poesía si nunca te quemaste un dedo, lo pusiste abajo de la canilla de agua y dijiste: «¡Ahhh! Esto es mejor que no haberse quemado nunca».

Hernán Casciari
Jueves 14 De Mayo, 2015

Diez consejos para el niño poeta

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«Las matemáticas son para siempre»

Eduardo Sáenz de Cabezón narrando (en clave monólogo) una historia matemática:

 

 

Otra entrada de Eduardo Sáenz de Cabezón: El poder de las historias

 

 

Cómo se forma un narrador oral en África

Boniface Ofogo contándonos cómo se transmite la magia…

 

Boniface Ofogo
Boniface Ofogo narrando el cuento «Los Reyes de Gondar»

 

Son las ocho de la noche. Se oyen los primeros cantos de los búhos. Son cantos siniestros. En mi pueblo, situado en el corazón de Camerún, África Central, se cree que cuando cantan los búhos va a morir alguien del pueblo. Mi madre está terminando de cocinar las hojas de mandioca, base de la alimentación de la tribu de los yambasa. Mi padre ya ha regresado de la plantación de cacao, y todos los once hermanos hemos hecho las tareas del colegio. Estamos en plena estación seca, y hace casi treinta grados de temperatura. El resplandor de la luna preside todo este decorado bucólico.

Tras la copiosa cena en familia, nos disponemos a sentarnos en torno al fue­go para proceder al ritual diario de contar y escuchar cuentos. El fuego no es una forma de iluminación primigenia, puesto que la luz de la luna cumple a la perfección esta función de luminotecnia. Tampoco sirve como fuente de calefacción, ya que el clima es cálido. El fuego, desde el punto de vistaantropológico, es un elemento unificador, es el símbolo mismode la ci­vilización humana. Sirve también para mantener viva lamemoria colectiva.

Preside el ritual mi padre, el hombre más sabio de la tribu. Nunca fue a la escuela occidental. Es el que mejor habla, y el que mejor cuenta los cuentos. Todas las noches se repite este ritual. Al tratarse de un ritual ancestral, nos sentimos más unidos. Siempre son cuentos tradicionales, que forman parte del patrimonio oral común. Su origen se remonta a la noche de los tiempos. Nosotros los contamos en su versión original, sin censuras, sin mutilaciones, sin falsa hipocresía. No han pasado todavía por el filtro de la moral burguesa, ni por la censura de la moral judeocristiana. Son auténticos, como el África misma: hay crueldad cuando hace falta, los malos reciben su castigo, el malno se sale con la suya. Si hace falta, se muere.

Baobab: árbol legendario africano

La vida es así de sencilla, pero así de profunda en las aldeas africanas. Los niños aprenden lecciones fundamentales para la vida, precisamente gra­cias a esta autenticidad. Y los cuentos tradicionales son fieles reflejos de la vida, de los valores, de los sueños y de las angustias de los pueblos africanos. No caen del cielo. Están profundamente arraigados en la memoria ancestral, y los ancianos son los depositarios de esa sabiduría milenaria. Pero sobre todo, esas veladas de cuentos son una verdadera escuela donde se enseña a los niños a contar historias, a utilizar con propiedad el lenguaje oral. Se enseña la retórica, la oratoria; se enseña que la palabra es sagrada, y que es importante usarla adecuadamente.

Cambiemos de decorado: ahora es de día. El sol brilla en todo su es­plendor. En las aldeas africanas no se ven más que ancianos y niños. Todos los africanos en edad activa se han marchado al campo, a cultivar sus plan­taciones, a buscar la leña o a la cosecha. Los ancianos son los que educan a los niños. Los educan contándoles cuentos diariamente, a la sombra del árbol de la palabra. En muchas ocasiones se trata de un baobab. Esos an­cianos son los maestros, y el árbol de la palabra es una escuela en la que los niños aprenden los valores más importantes de su tribu: el respeto a los an­cianos, la importancia de compartir, lo que está bien y lo que está mal.

La inmensa mayoría de los participantes en este ritual ancestral nunca pisó una escuela occidental. Los ancianos no saben leer ni escribir. Pero son los verdaderos sabios de la tribu: saben muchos cuentos tradicionales y, sobre todo, saben contarlos bien. Ese fenómeno cultural, convertido en ritual, no es sin embargo exclusivo de las aldeas africanas, ni únicamente de los hom­bres y mujeres que conservan la tradición oral. Es la esencia misma de las sociedades hu­manas pre-industriales. Tampoco se trata de un espectáculo escénico. Es una manifestación de la vida misma, el reflejo de nuestra esencia como cul­tura eminentemente oral.

Entre los grandes maestros de la palabra destaca sobre todo la figura del griot. El griot es una reminiscencia del África más ancestral, anterior a las formas de comuni­cación moderna. Es la memoria del pueblo, su biblioteca, su conciencia. El griot es quien mejor conoce la historia de la tribu, la genealogía de cada familia, y al mismo tiempo es el cronista social y político de la aldea. Pertenece a una casta de griots. Uno no se convierte en griot de un día a otro, sino que desde su mismo nacimiento, su papá, griot él mismo, ya empieza a iniciarle en las habilidades que debe manejar. El griot es el equivalente del juglar medieval en la cultura europea.

Boniface Ofogo

Es necesario subrayar que el griot es, ante todo, un gran artista: sabe cantar, tocar va­rios instrumentos rituales, bailar, recitar poesía y epopeyas. Muchas de las genealo­gías de los difuntos se hacen en forma de canto de alabanza. A pesar del avance galo­pante de la civilización occidental, esa figura se conserva en gran parte de las nacio­nes africanas.

En esas aldeas, que se convierten en cuna del movimiento cultural más genuinamente africano, aún no ha llegado la modernidad. El setenta y cinco por ciento de la población africana vive en zonas rurales. Todas las lenguas nativas se conservan. No existe la electricidad, ni tampoco televi­sión, Internet, etc. Por eso la tradición oral es la única manera de comunicar­se entre las diferentes generaciones que forman la tribu. El vínculo con los ancestros se establece únicamente por medio de la palabra oral, de las leyendas, fábulas y mi­tos contados de viva voz, en torno al fuego o a la sombra del árbol de la palabra. Por eso el pronóstico respecto a la pervivencia de esta realidad es muy optimista.

 

Visto en Revista Latitud de elheraldo.co (Colombia)
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