Perdido en el reino de las madres

Uno puede andar perdido en un mismo cuento durante años. A veces, la vida entera. Como el cuento es infinito se va contando a sí mismo a medida que crecemos, y se va activando en nosotros, por ejemplo, cuando atravesamos momentos que tienen que ver con el cuento. Así, uno -sea hombre o mujer-, puede habitar Blancanieves, o La Bella Durmiente, o El Pájaro de Fuego, durante mucho tiempo, sin saber siquiera que anda encarnando un cuento. Y quien dice cuento, dice también leyenda, mito… pero hoy vamos de cuentos.

Decía entonces que uno puede andar deambulando por Blancanieves, que podría ser casi lo mismo que decir: andar perdido en el Reino de las Madres. Vivir absorbido por una madre caníbal, autoritaria, enorme madre, siempre presente, que se nos aparece en la vida una y mil veces, aunque nos vayamos a vivir con siete enanos a un bosque lejano, que queda cruzando los siete montes. Hasta allí llega la madre, con tentaciones extrañas, disfrazada de otras mujeres, para vendernos peines envenenados (y así poder matar nuestras ideas propias), cordones hechizados (que nos quitan el aliento), y manzanas, apetecibles, venenosas, para matarnos el sentimiento, el sentir, nuestro Eros. Esas madres, que sin moverse de sus casas, conectan con sus hijos a través de una intuición nefasta, no para traerles el bien, sino con la intención de matar algo en ellos, de no dejarles ser. Uno puede estar perdido en ese reino, aunque la madre haya muerto hace mucho, mucho tiempo atrás, o aunque uno esté durmiendo en una urna de cristal desde hace años…

 

Ilustración de Angela Barret
Ilustración de Angela Barret

 

Pero los cuentos son una medicina oscura y poderosa que arroja luz sobre la sombra. Leerlos equivale a “leernos”, a entendernos. Atrevernos a vernos reflejados en los distintos personajes y preguntarles cosas (preguntarnos cosas), es un paso mágico a favor de nuestro crecimiento interior.

Podemos contar un cuento como si fuera nuestra propia historia, contarlo en primera persona, como si uno fuera el héroe que lo está transitando, y sentir… dejar que el sentimiento aflore. Conectar con sus imágenes. ¿A dónde nos lleva el cuento?

Cuando comenzamos a ser conscientes de la historia que nos contamos, podemos hacer el cambio a otro cuento (como quien cambia de sueño) o podemos, también, dejar de contárnoslos.

Blancanieves, versión de los hermanos Grimm

Blancanieves, la Madrastra y el espejo encantado

La Madrastra usaba el espejo mágico para encontrar el lugar en el que se escondía la belleza, la inocencia y el sentimiento. El espejo de la pared le contaba que Blancanieves estaba viva, en el bosque. Y la madrastra atravesaba los siete montes y llegaba a la casa de los enanos (disfrazada de campesina, de buhonera, de vieja), para así poder matar la belleza del corazón.

Todos llevamos una Blancanieves dentro. ¿Cómo la cuidamos? ¿De qué manera la honramos? ¿Hacemos caso de los consejos que nos dan los enanos o le abrimos la puerta a la Madrastra para que nos vaya matando una y otra vez?

Blancanieves es un viejo cuento al que hemos de prestar atención en estos momentos de oscuridad que nos está tocando vivir. Y como todo buen cuento antiguo (como toda obra de arte), es a su vez un espejo que se ofrece a nosotros para ser traspasado por nuestra mirada, nuestra reflexión, nuestro entendimiento: nos invita a vernos de frente para hallar la respuesta a la eterna pregunta de ¿quiénes somos?

A nivel colectivo este cuento nos ofrece las pistas interiores para trabajar a favor de nuestra libertad. También nos advierte del peligro.

 

Ilustración de Angela Barrett

 

La Madrastra manipula y no le importa matar la inocencia, o los sentimientos más puros, con tal de perpetuar su reinado sórdido. Y para ello se vale de tecnología (el espejo), que le permite saber todo lo que acontece: puede buscar, encontrar y destruír aquello no que sirve a sus propósitos, aún en los lugares más remotos.

El espejito de la pared de la malvada Reina bien pueden ser los sistemas que controlan dónde estamos y qué hacemos: toda la información que voluntariamente volcamos en la red, las incontables cámaras de vigilancia que nos rodean por doquier, los gps, nuestros teléfonos, tarjetas de crédito, documentos de identidad…

Y los disfraces que usa la Reina para matar a Blancanieves (no olvidemos que la Madrastra es una oscura hechicera), pueden ser cierto tipo de cine, música, lecturas, pseudo arte, pseudo artistas, el aparato de televisión de nuestras casas con toda su nefasta programación, la prensa, sistemas educativos, nuestra actual educación sentimental… Cosas aparentemente inocuas, inofensivas y hasta buenas, pero que distorsionan nuestra visión de la verdad, nuestro propio pensamiento, nuestra íntima búsqueda espiritual y alteran y pervierten nuestros valores más prístinos.

¿En cuántas cosas peligrosamente adulteradas nos reflejamos hoy, como sociedad?

En el cuento, por tres veces, es la propia Blancanieves quien acepta los productos venenosos de la Reina. Hasta que por fin cae, aparentemente muerta, cuando come la manzana. Cae en un sueño profundo, mortuorio, que la aleja de todo. Ausente Blancanieves (la inocencia, la pureza, la transparente belleza de la verdad del corazón), la Madrastra reina a su antojo.

Qué lejos está el alba del despertar, dice Lao Tse… Estamos soñando. Ya hemos bebido nuestras aguas contaminadas, hemos comido alimentos que nos enferman, hemos mirado nuestros cielos chemtraileados y soñamos…
Nuestra hermosa alma vendida (¿a quién?), para vivir un sueño cómodo, apacible, manso, en un urna de cristal.

El ataúd, no obstante, tiene una inscripción en letras doradas para que no olvidemos que ahí duerme Blancanieves: una Princesa. Un día llegará el Príncipe y despertaremos del sueño. Y por suerte, la Madrastra, cuando Blancanieves se erija como Reina Absoluta, morirá. Este final del cuento, que aterra a más de uno, así debe ser. Somos Humanos y como tales, somos guerreros, aunque nuestra Blancanieves dormida aún no lo recuerde.

 

Blancanieves, versión de los hermanos Grimm