El Mago y los corderos

 
Este cuento lo conozco desde hace mucho tiempo. No recuerdo si lo leí en algún libro de G.I. Gurdjieff o de Osho. Sí sé que es un cuento de tradición sufí que me sigue impactando por su lucidez a pesar del tiempo transcurrido. Dentro de esta tradición (me refiero al sufismo) el “zikr” es una práctica espiritual para despertar el recuerdo de Dios en nosotros. Recordar, ir a nuestro interior, conectar con algo más grande que nuestros pequeños y mundanos egos, recoger esa chispa divina y saber que, en nosotros, albergamos poder y libertad para hacer y ser.

En este mundo en el que, desde hace tiempo y, sobre todo, actualmente, estamos perdiendo derechos y libertades a pasos agigantados, recordarnos a nosotros mismos como seres libres, y actuar en consecuencia, es vital para detener esta esclavitud soterrada (aunque obvia) a la que, al parecer, nos están conduciendo…

Dicen que los cuentos no fueron creados para dormir a los niños, sino para despertar a los hombres a la conciencia de sí mismos.

 

 
 

20 de marzo, Día mundial de la Narración Oral

 
El lema de este año, para el Día de la Narración Oral, es «El Viaje«…

Somos seres efímeros, poéticos, trágicos. Sabemos que hemos nacido y, que algún día, moriremos. Entre ambos acontecimientos: el viaje. La vida como un viaje, nunca estática, siempre cambiante, que nos mueve, como mar o como bosque, llevándonos a lugares lejanos y distintos. Viajamos aún sin movernos de casa: desde la tierra de la infancia llegamos a la de la adolescencia y desde allí vamos a las tierras de la juventud, la madurez, la vejez… Nos enamoramos; vivimos alegrías, desencantos; estudiamos, soñamos nuestro futuro, trabajamos; a veces nos casamos, creamos una familia, tenemos hijos… Y, habitualmente, cada llegada a una de estas nuevas tierras está precedida de un rito.

Este viaje vital es un motivo central en los cuentos, mitos y leyendas.

El héroe se despide de su familia y parte en busca de algo, puede ser «El agua de la vida», la mujer que ama, a la que sólo ha visto en una pintura escondida; parte en busca de un pájaro, de oro o de fuego, de una pluma, una flecha…

La heroína corre para salvar su vida y llega a la casa de los siete enanos; se despide de su madre y entra en el bosque para llegar a la casa de su abuelita; parte en busca de su amado que ha sido transformado en paloma o ha desaparecido; sale al camino, sube una escarpada montaña porque un sueño se lo ha indicado…

Tantos viajes, tantos. Y todos, héroes y heroínas, cumplen con su búsqueda y su destino. Enormes, maravillosos, heroicos viajes interiores con sus normas y ritos, donde tomamos nuestras decisiones vitales y crecemos.

Ser viajero significa estar vivo, abierto a la aventura, saber transitar el camino con el cuidado, la escucha y la entrega que merece el misterio. Ser viajero es saber respetar las tierras que se visita, aprender de ellas y de sus gentes; es estar disponible para el asombro, el cambio y la transformación.

Llegar a ser soberano de sí mismo, suele ser el destino de cada viajero.

Junto a estas palabras va un vídeo. En él narro un cuento propio,«El viajante de sueños«, que escribí en marzo del año 2011. Es mi regalo para celebrar este día, hablando de uno de los viajes que más amo: el soñar.

Buen viaje, viajeros de la vida:

Que el camino os sea propicio
Que las voces ancestrales os acompañen
Que la búsqueda sea venturosa
Y que encontréis finales felices

Feliz Día de la Narración Oral.

 

 

Escuchas un cuento antiguo y viajas …

Los espero el próximo domingo 15 de setiembre de 2019 en Espai Ku:

 

 

Reflexiones

Durante esta semana, en mi trabajo como kinesióloga emocional, narré, sugerí, “receté”, los siguientes cuentos tanto para adultos como para niños: “El Pájaro de Oro”, “Basilisa la Bella”, “Blancanieves”, “La cuidadora de gansos”, “Las tres plumas”, “La bruja Yagá” y la leyenda celta de la reina Meave.

El sábado, en una sesión de cuentos, narré tres antiguas historias, entre ellas una antiquísima versión de Caperucita Roja. La sesión estaba dirigida a un público a partir de los once años de edad y en ella, a partir de las narraciones, hablamos de símbolos, de arquetipos, de cómo los cuentos se repiten y cómo aparecen los mismos temas y motivos en distintos y distantes lugares de la Tierra.

A lo largo de la historia occidental los viejos cuentos populares han sido perseguidos muchas, muchas veces, precisamente porque no se dejan domesticar, ni apresar; son salvajes, provienen del inconsciente colectivo y el inconsciente es naturaleza en estado puro. Por eso estos cuentos no se pueden censurar, cercenar, demonizar y prohibir, es imposible hacerlo, siempre emergerán. Aunque nunca los hayamos escuchado, leído, o narrado, mientras seamos seres humanos, en algún momento de nuestra vida nos pasará que, una niña entrará en el bosque con un pan bajo el brazo y una jarra de leche en la mano y se encontrará con un lobo; un príncipe irá en busca de una pluma que su padre, el rey, ha soplado al viento para encontrar un nuevo sucesor del trono; una princesa se pinchará con un uso y caerá dormida; un hermano menor saldrá a buscar al pájaro de oro; una princesa rescatará a un príncipe que ha caído bajo el sueño de un hechizo, y el cuento comenzará a contarse encarnado en nuestra propia vida, nos narrará y nosotros tendremos que narrarlo para contarles a los que vendrán que todo esto forma parte de la vida y del misterio de ser humano en este mundo tan extraño y fascinante.
 

 

Los llamados “Cuentos populares”, “Cuentos de Hadas”, “Cuentos de Maravillas”, son obras literarias. Son arte. Y, por esta razón, entender un cuento antiguo de manera “literal” es reducirlo mucho; lo mismo sucede si sólo nos quedamos con lo metafórico; incluso, si nos dedicamos a interpretarlo sólo desde lo arquetípico y lo simbólico podemos correr el mismo riesgo. Los cuentos antiguos, como obras de arte, nos cuentan lo obvio y lo escondido; nos ponen frente a nosotros mismos como un espejo, y sus “puntos de fuga” nos llevan al infinito, al misterio y después de vuelta a nosotros mismos, o al revés, quién sabe. Es por eso que no somos nosotros quienes contamos el cuento, sino que es el cuento quien nos cuenta a nosotros. Respirar el cuento, dejarnos habitar por sus imágenes nos lleva lejos, a ese reino muy, muy lejano, a ese tiempo sin tiempo, donde algo nos narra como humanos en este mundo.

Caperucita, por ejemplo, es un cuento que en diferentes momentos de mi vida me ha ido contando cosas distintas que yo he ido entendiendo en función del momento vital por el que iba atravesando. Supongo que por esto también los llamamos “Cuentos clásicos”: porque son atemporales y nos transitan en distintos momentos de nuestra vida enriqueciéndonos con sus enseñanzas.

Volviendo a Caperucita, digo que necesito experienciarla: la escribo, me inspira, la recreo, la cuento y crezco a partir de ella. Me pasa lo mismo con otros cuentos, como Juan de Hierro o Blancanieves. Son recurrentes en mi camino. Son fuente de inspiración, de alegría, de belleza, de conocimiento y, muchas veces, de sanación.

Todos, seamos hombres o mujeres, tenemos una Caperucita dentro y también un lobo, una abuela, un bosque, un cazador (si estamos en la versión de los hermanos Grimm), o unas lavanderas (si estamos en la antigua versión francesa). Porque más allá de que Caperucita pueda estar hablando de ese momento iniciático en el que las niñas nos convertimos en mujeres, más allá de la explicación de los peligros que puede acarrearnos la sexualidad y los “lobos” devora niñas, más allá de todo esto Caperucita narra una historia que sucede en nuestro interior y que tiene que ver con fuerzas naturales que nos viven, con lo masculino y lo femenino dentro de cada uno de nosotros, con nuestro inconsciente, con nuestra sombra, con nuestro eros, y con la cultura que creamos a partir de todo ello. Es un cuento importante, intenso, profundo, sabio y poético como todas estas viejas historias.

 

 

Si escuchamos estos cuentos siendo niños, y si no estamos adoctrinados o demasiado domesticados, nos vamos de viaje con ellos y, de manera intuitiva, entendemos la gran verdad narrada, sin más. El lobo nos asustará más o menos, tendremos necesidad de escapar de él o de ser devorados, haremos muchas preguntas y necesitaremos escuchar el cuento infinidad de veces hasta que algo, muy profundo, parece hacerse cargo de “algo” o se sosiega…y entonces pedimos otro cuento. Y de esta manera, el gran cuento, formado por todos los cuentos, se amplía, se desparrama, nos crece, nos habita fortaleciéndonos.

Y lo mismo nos sucede de mayores, siempre y cuando no estemos muy adoctrinados o demasiado domesticados. El cuento nos contará más cosas, se seguirá desplegando, nos seguirá nutriendo y dando vida.

Aquí cuelgo un vídeo, una auto filmación que forma parte de un proceso creativo mío a partir de Caperucita Roja; un divertimento que me ayuda a enriquecer mi propia experiencia “Caperucita” en este momento de mi vida.

Una Caperucita, ya mayor, vuelve al lugar donde estuvo la casa de su abuelita. Apenas quedan vestigios de la cabaña. En el viejo pozo, clausurado, aún resuena el agua. Esta Caperucita ya no lleva su capa. El rojo de la misma pervive en sus labios pintados y aún conserva la trenza de aquella época. Han pasado muchos años, sin embargo, hay un misterio en el ambiente, la sensación de que el lobo también ha vuelto a la casa devastada y que, escondido, acecha entre los arbustos.

Mientras escribo pienso en este viaje propio y cultural:

La antigua conciencia nutricia ya no está, como la abuelita de Caperucita, aunque sigue viva, escondida en las viejas historias; la fuente puede estar clausurada, aunque todavía tiene agua; Caperucita, a pesar de los años, necesita reencontrarse con la memoria; el lobo, una sombra, que todos creíamos muerto, continúa vivo y acecha escondido en el bosque…

¡Larga vida a los antiguos cuentos y que nos sigan contando por siempre jamás!