“-¡Ay, abuela, qué orejas tan grandes tienes!
-Para oírte mejor.
-¡Ay, abuela, qué ojos tan grandes tienes!
-Para verte mejor.
-¡Ay, abuela, qué manos tan grandes tienes!
-Para cogerte mejor.
-¡Ay, abuela, qué boca tan enormemente grande tienes!
-Para devorarte mejor.”
Caperucita Roja (versión Grimm)
Este magistral diálogo es uno de los más aterradores de la literatura: la inocencia conversa con la maldad y está a punto de descubrir “el mal”. La imagen es tremenda: una niñita, a solas, en una habitación sin luz, habla con un ser oscuro que se hace pasar por alguien bueno y querido.
Caperucita Roja es inocente, pero sobre todo, es ingenua: le ha dado al lobo feroz todos los datos para llegar hasta la casa de la abuela, y éste ha devorado a la anciana y espera, tranquilamente en la cama, hacer lo mismo con la nieta.
Un cuento de sabiduría nos habla de lo que fuimos, somos y seremos. Pone en contacto a los tiempos para que, como humanos, vayamos aprendiendo. Todo buen cuento antiguo nos habla a cada uno como individuo, y a todos como colectivo.
¿En qué momento del relato de Caperucita Roja estamos viviendo como humanidad? Me parece que estamos en la oscuridad del cuarto de la abuela, hablando ingenuamente con el lobo, sin querer entender que estamos a punto de ser devorados.
Por ejemplo, aquí, en España, el 1 de julio de 2015 ha entrado en vigencia la llamada “Ley Mordaza”. Muchos han venido advirtiendo acerca de la inconstitucionalidad y las consecuencias nefastas de esta ley. Socialmente apenas ha habido eco de estas advertencias, como si la cosa fuera con otros, como si no pasara nada. Nos han quitado, por ley, el poder de expresarnos desde la libertad; el poder de mostrar desacuerdos, de estar en contra; de denunciar públicamente lo injusto, de tomar acciones contra aquello que no nos gusta. El lobo escondido (la dictadura encubierta que desde hace años vivimos), comienza a mostrarse: vestido aún con los ropajes de la abuela, es cierto, pero ya dejando ver claramente sus intenciones. Caperucita, asombrada, no quiere ver, no quiere entender, y continúa hablando con él.
La dictadura oculta está dejando de ocultarse. ¿Qué vendrá después? Por lo pronto sería sano que dejáramos de lado el viejo cuento que nos cuenta que
vivimos en democracia, en un gran reino donde podemos decidir, elegir y estar informados (altamente informados). Sería sano que dejáramos la ingenuidad de lado: el lobo feroz nos cerca, nos acecha y sabe cómo manipularnos.
Caperucita Roja tuvo que vivir una experiencia de oscuridad en el vientre del lobo para aprender la lección y llegar a matarlo (con la ayuda del cazador, primero; y con la sabiduría de la abuela, mató al segundo lobo).
Si el lobo nos engulle ¿cómo salimos de su barriga? Seguramente (y por fortuna) hay una parte nuestra que permanece sin ser devorada. Una parte activa, capaz de matar lo oscuro, que está atenta y vive en el bosque. Ese cazador que llega a la casa de la abuela y que entiende, por experiencia intuitiva, que primero hay que abrirle el vientre al animal para no matar lo que hay dentro. Cuando salen, Caperucita y abuela se encargan de llenarle la panza de piedras al lobo, para que muera.
Los cuentos nos enseñan: si no somos capaces de revisar nuestra historia, de entrar en nuestra propia oscuridad para mirarla de frente, entenderla e integrarla, no seremos capaces de crecer como adultos y nos quedaremos inmersos para siempre en un lugar infantiloide donde las decisiones las toman “los otros”. Es necesario que nos hagamos cargo de nosotros mismos. Si lo hiciéramos ¡cómo cambiaría el cuento!
Dicen que los cuentos no fueron hechos para dormir al hombre, sino para despertarlo a la conciencia de sí mismo. Despertar, hacernos responsables de lo que somos, para que nada ni nadie pueda decidir por nosotros, es un trabajo grande y exige mucha entrega, tal y como nos cuenta Caperucita.
El cuento de Caperucita Roja tiene un final redentor y esa es la gran esperanza.
Lectura complementaria:
Caperucita Roja: un cuento salvaje.
(versión de los hermanos Grimm)