El guardián de los sueños

Esta película narra el viaje iniciático de un joven lakota. El guía de este viaje es su abuelo. El anciano, a través de cuentos, lo acerca a las enseñanzas del “Camino Rojo” y lo trae de regreso a su propio corazón. Es una iniciación a lo masculino; al entendimiento profundo de lo femenino; al encuentro con uno mismo; una apertura interior a la magia, a la sabiduría y a la aventura de transitar la Tierra como un auténtico ser humano.

Sherezade sanó a Shahriar a través de cuentos narrados en mil y una noches; el anciano lakota sana a su nieto (y a muchos otros que se cruzan en su periplo) a través de las historias que cuenta a lo largo del camino. Una vez más el viaje del héroe se despliega ante nosotros. Una vez más el cuento se cuenta a sí mismo y, contándose, nos cuenta a todos.

La película actuó sobre mí como una puerta abierta al país de las maravillas. La guardiana de la puerta fue Nuria López (transmisora del Camino rojo, Mujer Medicina, bailarina de la Danza del Sol, desde hace muchos soles). Fue ella quien me pasó los datos para ver esta hermosa película.

Aquí os la dejo: mitakuye oyasin.

“Un pueblo sin historias es como el viento sobre las praderas”.
(El guardián de los sueños)

 

https://www.youtube.com/watch?v=_r7KkeLqOSM

Blancanieves, la Madrastra y el espejo encantado

La Madrastra usaba el espejo mágico para encontrar el lugar en el que se escondía la belleza, la inocencia y el sentimiento. El espejo de la pared le contaba que Blancanieves estaba viva, en el bosque. Y la madrastra atravesaba los siete montes y llegaba a la casa de los enanos (disfrazada de campesina, de buhonera, de vieja), para así poder matar la belleza del corazón.

Todos llevamos una Blancanieves dentro. ¿Cómo la cuidamos? ¿De qué manera la honramos? ¿Hacemos caso de los consejos que nos dan los enanos o le abrimos la puerta a la Madrastra para que nos vaya matando una y otra vez?

Blancanieves es un viejo cuento al que hemos de prestar atención en estos momentos de oscuridad que nos está tocando vivir. Y como todo buen cuento antiguo (como toda obra de arte), es a su vez un espejo que se ofrece a nosotros para ser traspasado por nuestra mirada, nuestra reflexión, nuestro entendimiento: nos invita a vernos de frente para hallar la respuesta a la eterna pregunta de ¿quiénes somos?

A nivel colectivo este cuento nos ofrece las pistas interiores para trabajar a favor de nuestra libertad. También nos advierte del peligro.

 

Ilustración de Angela Barrett

 

La Madrastra manipula y no le importa matar la inocencia, o los sentimientos más puros, con tal de perpetuar su reinado sórdido. Y para ello se vale de tecnología (el espejo), que le permite saber todo lo que acontece: puede buscar, encontrar y destruír aquello no que sirve a sus propósitos, aún en los lugares más remotos.

El espejito de la pared de la malvada Reina bien pueden ser los sistemas que controlan dónde estamos y qué hacemos: toda la información que voluntariamente volcamos en la red, las incontables cámaras de vigilancia que nos rodean por doquier, los gps, nuestros teléfonos, tarjetas de crédito, documentos de identidad…

Y los disfraces que usa la Reina para matar a Blancanieves (no olvidemos que la Madrastra es una oscura hechicera), pueden ser cierto tipo de cine, música, lecturas, pseudo arte, pseudo artistas, el aparato de televisión de nuestras casas con toda su nefasta programación, la prensa, sistemas educativos, nuestra actual educación sentimental… Cosas aparentemente inocuas, inofensivas y hasta buenas, pero que distorsionan nuestra visión de la verdad, nuestro propio pensamiento, nuestra íntima búsqueda espiritual y alteran y pervierten nuestros valores más prístinos.

¿En cuántas cosas peligrosamente adulteradas nos reflejamos hoy, como sociedad?

En el cuento, por tres veces, es la propia Blancanieves quien acepta los productos venenosos de la Reina. Hasta que por fin cae, aparentemente muerta, cuando come la manzana. Cae en un sueño profundo, mortuorio, que la aleja de todo. Ausente Blancanieves (la inocencia, la pureza, la transparente belleza de la verdad del corazón), la Madrastra reina a su antojo.

Qué lejos está el alba del despertar, dice Lao Tse… Estamos soñando. Ya hemos bebido nuestras aguas contaminadas, hemos comido alimentos que nos enferman, hemos mirado nuestros cielos chemtraileados y soñamos…
Nuestra hermosa alma vendida (¿a quién?), para vivir un sueño cómodo, apacible, manso, en un urna de cristal.

El ataúd, no obstante, tiene una inscripción en letras doradas para que no olvidemos que ahí duerme Blancanieves: una Princesa. Un día llegará el Príncipe y despertaremos del sueño. Y por suerte, la Madrastra, cuando Blancanieves se erija como Reina Absoluta, morirá. Este final del cuento, que aterra a más de uno, así debe ser. Somos Humanos y como tales, somos guerreros, aunque nuestra Blancanieves dormida aún no lo recuerde.

 

Blancanieves, versión de los hermanos Grimm

 

Conferencia de Dinorah Arrillaga: El viaje sanador de los cuentos de hadas

¿Sabes? Eso que te pasa ha sido contado en un cuento de hadas.

Estas mágicas obras de arte nos hablan desde un tiempo sin tiempo, son auténticas guías espirituales que nos preparan para recorrer nuestro camino vital y nos brindan soluciones sanadoras a través de sus imágenes y símbolos.

 

foto: Violeta de Lama

 

VI Jornades Medicines 3000

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«Diez consejos para el niño poeta» (Hernán Casciari)

El otro día mi hija me preguntó cómo había que hacer para escribir una poesía, y entonces le improvisé un reglamento de diez pasos fundamentales. Le dije: «Nina, escuchá muy bien este decálogo para ser poeta». Si tienen hijos, nietos o sobrinos en la edad de la inocencia, pueden arrimarlos al monitor.

 

I.
Hay que empezar por el principio: cada oración de una poesía se llama «verso». Después de cada verso bajá un renglón. Un grupo de cuatro versos se llama «estrofa». Después de cada estrofa bajá dos renglones y suspirá como si te doliera la panza, o como si hubieras comido huevo frito de noche.

II.
Para escribir una poesía nunca tengas el pelo demasiado limpio. Si hoy te bañaste, sentate a escribir mañana. No escribas una poesía después de ducharte porque te va a salir un cuento o un dibujo o un formulario de responsable no inscripto de la AFIP.

III.
Prestále atención a las sílabas, pero no a las sílabas que te enseñan en el colegio. En las poesías las vocales tienen un imán. En la frase «pasa el tren» no separes «pa-sa-el-tren». Separá «pa-sael-tren». Y ojo: cuando una vocal tiene acento pierde el imán. Por ejemplo, «ha-bí-au-na-vez».

IV.
Con los zapatos puestos te puede salir una poesía más o menos. Si llevás solamente medias, o si tenés puestas pantuflas, te puede salir una poesía muy buena. Si estás descalza te sale una poesía excelente. Pero si estás en patas sobre el pasto te va a salir la mejor poesía del mundo.

V.
La poesía más fácil de inventar tiene ocho sílabas por cada verso. Por ejemplo: «Es-ta-ba-la-Ca-ta-li-na». Pero si la última palabra es aguda tiene que tener siete sílabas, no ocho, por ejemplo: «sen-ta-da-ba-joun-lau-rel». Si te acordás de esto, ya casi casi sos poeta.

VI.
Las poesías se escriben en papeles sin renglones, con lápiz negro y con la goma de borrar a la derecha. Nunca escribas poesía en hojas cuadriculadas, ni con birome, ni mucho menos en la computadora. Al que escribe poesía en la computadora dios lo castiga, y en vez de una poesía le sale una canción de Miranda.

VII.
Una poesía es más recordable si el primer verso rima con el tercero, y el segundo rima con el cuarto. Para que dos versos rimen, tienen que ser parecidos en la penúltima sílaba, y tienen que ser igualitos en la sílaba final. Por ejemplo: «pe-lo-ta» y «ri-co-ta» riman. Pero en cambio «pe-lo-ta» y «biz-co-chue-lo» no riman.

VIII.
Un verdadero poeta se la pasa cazando frases de ocho sílabas en cualquier conversación. Si tu mamá te dice «¡Cuando te agarre te mato!» vos respondéle: «Muy bien, madre, has hecho un verso de ocho sílabas poéticas». Después salí corriendo antes de que te alcance.

IX.
Las poesías no tienen un largo determinado. Pueden tener una sola estrofa, o tres estrofas, o cincuenta estrofas, o las que vos quieras. Te das cuenta que llegaste al final de una poesía cuando escribís el último verso de una estrofa y sentís que te duele la panza en serio, que estás en patas de verdad, y que tenés el pelo más sucio que antes.

X.
Último consejo: no empieces a escribir poesía si todavía nunca abriste los ojos abajo del agua, si nunca gritaste abajo del agua con los ojos abiertos. Tampoco empieces a escribir poesía si nunca te quemaste un dedo, lo pusiste abajo de la canilla de agua y dijiste: «¡Ahhh! Esto es mejor que no haberse quemado nunca».

Hernán Casciari
Jueves 14 De Mayo, 2015

Diez consejos para el niño poeta

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