Hace rato que viene pasando un ángel. El silencio está durando siglos. Hoy, entre las hortensias, encontré una pluma grande, blanca, brillante. La toqué con suavidad y en ese contacto comencé a enamorarme: toda la criatura angelical estaba presente en ella. Cuánta belleza… No pude dejar de sentir cierta nostalgia, seguramente un eco del paraíso perdido. Mi paraíso perdido, el antiguo, el de la niñez más temprana. Con la pluma en la mano fui dejando que el silencio de siglos me atravesara.
El paraíso de aquel entonces era mamá, papá, la gente querida; el perro, el gato, las flores del jardín. El espacio familiar era, para mí, el refugio dorado, el calor del sol, la cueva donde el lobo no podía entrar. El lobo estaba en otro lugar, presentido, sí, pero un poco lejano. Sin embargo ese lugar llamaba, invitaba. Algún día aceptaría esa invitación y saldría al camino; me iría de viaje; llegaría a lugares nuevos y extraños; viviría aventuras inesperadas. Como les pasaba a los protagonistas de los cuentos que me contaban mis mayores: historias maravillosas con finales hermosos, donde el héroe y la heroína andaban el camino, afrontaban peligros y, movidos por su fe, lograban su cometido.
Algún día…
El cielo está claro y en un jardín oculto está llegando el otoño.
Hace rato que viene pasando un ángel.
Ojalá se quede para siempre.