Durante esta semana, en mi trabajo como kinesióloga emocional, narré, sugerí, “receté”, los siguientes cuentos tanto para adultos como para niños: “El Pájaro de Oro”, “Basilisa la Bella”, “Blancanieves”, “La cuidadora de gansos”, “Las tres plumas”, “La bruja Yagá” y la leyenda celta de la reina Meave.
El sábado, en una sesión de cuentos, narré tres antiguas historias, entre ellas una antiquísima versión de Caperucita Roja. La sesión estaba dirigida a un público a partir de los once años de edad y en ella, a partir de las narraciones, hablamos de símbolos, de arquetipos, de cómo los cuentos se repiten y cómo aparecen los mismos temas y motivos en distintos y distantes lugares de la Tierra.
A lo largo de la historia occidental los viejos cuentos populares han sido perseguidos muchas, muchas veces, precisamente porque no se dejan domesticar, ni apresar; son salvajes, provienen del inconsciente colectivo y el inconsciente es naturaleza en estado puro. Por eso estos cuentos no se pueden censurar, cercenar, demonizar y prohibir, es imposible hacerlo, siempre emergerán. Aunque nunca los hayamos escuchado, leído, o narrado, mientras seamos seres humanos, en algún momento de nuestra vida nos pasará que, una niña entrará en el bosque con un pan bajo el brazo y una jarra de leche en la mano y se encontrará con un lobo; un príncipe irá en busca de una pluma que su padre, el rey, ha soplado al viento para encontrar un nuevo sucesor del trono; una princesa se pinchará con un uso y caerá dormida; un hermano menor saldrá a buscar al pájaro de oro; una princesa rescatará a un príncipe que ha caído bajo el sueño de un hechizo, y el cuento comenzará a contarse encarnado en nuestra propia vida, nos narrará y nosotros tendremos que narrarlo para contarles a los que vendrán que todo esto forma parte de la vida y del misterio de ser humano en este mundo tan extraño y fascinante.
Los llamados “Cuentos populares”, “Cuentos de Hadas”, “Cuentos de Maravillas”, son obras literarias. Son arte. Y, por esta razón, entender un cuento antiguo de manera “literal” es reducirlo mucho; lo mismo sucede si sólo nos quedamos con lo metafórico; incluso, si nos dedicamos a interpretarlo sólo desde lo arquetípico y lo simbólico podemos correr el mismo riesgo. Los cuentos antiguos, como obras de arte, nos cuentan lo obvio y lo escondido; nos ponen frente a nosotros mismos como un espejo, y sus “puntos de fuga” nos llevan al infinito, al misterio y después de vuelta a nosotros mismos, o al revés, quién sabe. Es por eso que no somos nosotros quienes contamos el cuento, sino que es el cuento quien nos cuenta a nosotros. Respirar el cuento, dejarnos habitar por sus imágenes nos lleva lejos, a ese reino muy, muy lejano, a ese tiempo sin tiempo, donde algo nos narra como humanos en este mundo.
Caperucita, por ejemplo, es un cuento que en diferentes momentos de mi vida me ha ido contando cosas distintas que yo he ido entendiendo en función del momento vital por el que iba atravesando. Supongo que por esto también los llamamos “Cuentos clásicos”: porque son atemporales y nos transitan en distintos momentos de nuestra vida enriqueciéndonos con sus enseñanzas.
Volviendo a Caperucita, digo que necesito experienciarla: la escribo, me inspira, la recreo, la cuento y crezco a partir de ella. Me pasa lo mismo con otros cuentos, como Juan de Hierro o Blancanieves. Son recurrentes en mi camino. Son fuente de inspiración, de alegría, de belleza, de conocimiento y, muchas veces, de sanación.
Todos, seamos hombres o mujeres, tenemos una Caperucita dentro y también un lobo, una abuela, un bosque, un cazador (si estamos en la versión de los hermanos Grimm), o unas lavanderas (si estamos en la antigua versión francesa). Porque más allá de que Caperucita pueda estar hablando de ese momento iniciático en el que las niñas nos convertimos en mujeres, más allá de la explicación de los peligros que puede acarrearnos la sexualidad y los “lobos” devora niñas, más allá de todo esto Caperucita narra una historia que sucede en nuestro interior y que tiene que ver con fuerzas naturales que nos viven, con lo masculino y lo femenino dentro de cada uno de nosotros, con nuestro inconsciente, con nuestra sombra, con nuestro eros, y con la cultura que creamos a partir de todo ello. Es un cuento importante, intenso, profundo, sabio y poético como todas estas viejas historias.
Si escuchamos estos cuentos siendo niños, y si no estamos adoctrinados o demasiado domesticados, nos vamos de viaje con ellos y, de manera intuitiva, entendemos la gran verdad narrada, sin más. El lobo nos asustará más o menos, tendremos necesidad de escapar de él o de ser devorados, haremos muchas preguntas y necesitaremos escuchar el cuento infinidad de veces hasta que algo, muy profundo, parece hacerse cargo de “algo” o se sosiega…y entonces pedimos otro cuento. Y de esta manera, el gran cuento, formado por todos los cuentos, se amplía, se desparrama, nos crece, nos habita fortaleciéndonos.
Y lo mismo nos sucede de mayores, siempre y cuando no estemos muy adoctrinados o demasiado domesticados. El cuento nos contará más cosas, se seguirá desplegando, nos seguirá nutriendo y dando vida.
Aquí cuelgo un vídeo, una auto filmación que forma parte de un proceso creativo mío a partir de Caperucita Roja; un divertimento que me ayuda a enriquecer mi propia experiencia “Caperucita” en este momento de mi vida.
Una Caperucita, ya mayor, vuelve al lugar donde estuvo la casa de su abuelita. Apenas quedan vestigios de la cabaña. En el viejo pozo, clausurado, aún resuena el agua. Esta Caperucita ya no lleva su capa. El rojo de la misma pervive en sus labios pintados y aún conserva la trenza de aquella época. Han pasado muchos años, sin embargo, hay un misterio en el ambiente, la sensación de que el lobo también ha vuelto a la casa devastada y que, escondido, acecha entre los arbustos.
Mientras escribo pienso en este viaje propio y cultural:
La antigua conciencia nutricia ya no está, como la abuelita de Caperucita, aunque sigue viva, escondida en las viejas historias; la fuente puede estar clausurada, aunque todavía tiene agua; Caperucita, a pesar de los años, necesita reencontrarse con la memoria; el lobo, una sombra, que todos creíamos muerto, continúa vivo y acecha escondido en el bosque…
¡Larga vida a los antiguos cuentos y que nos sigan contando por siempre jamás!
“Contes i narracions infantils per a l’ elaboració inconscient d’emocions angoixants”
(Esta entrada del blog está creada especialmente para los asistentes al monográfico.)
Tres pasos para el trabajo
1
Un cuento es un espejo,
una casa,
un camino,
un lugar para despertar…
Me reflejo en el cuento, me reflexiono, me habito.
Me camina el cuento, me baila y me cuenta.
Un cuento antiguo está contado por imágenes. Estas imágenes son metáforas y son símbolos. Me llevan de viaje a mi interior. El cuento, que también es un puente, une mi “afuera” con mi “adentro”. Si dejándome escuchar por el cuento me escucho con él voy sintiendo cohesión y algo en mí se integra.
Las historias se repiten y repiten y repiten. Entro al bosque una y otra y otra vez. Atravieso palabras, o me atraviesan ellas, y el cuento me experiencia.
2
Cuando preparo un trabajo de cuentos creo mis propios rituales, juegos y la creatividad me invade. Voy al bosque y allí siempre hay una casa. Cada uno de mis talleres está creado por todo esto y, en cada uno de ellos, esta vivencia de bosques, juego y rito está presente.
Álbum del bosque
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3
Te propongo que te dejes ir en las imágenes que expongo aquí. Y si alguna de ellas, o varias, te cuentan algo, mueven algo en ti, por favor, toma nota de ello.
La preparación de este trabajo está moviendo en mí muchos recuerdos, infancia, alegría y una cierta nostalgia. Todo el tiempo de trabajo vengo teniendo de fondo la canción “Por ejemplo”, de Fernando Cabrera, que a mí me lleva de viaje a otro tiempo -sin tiempo-, a mi país de origen, a gente querida que conozco y conocí. Por lo tanto, este trabajo también tiene esta huella musical con todo lo que ella impregna en mí.
¿Se te mueve música a ti al leer esto o a partir de esto?
Esto que te propongo, a través de este post, es una manera de comenzar a entrar, tanto de manera individual como grupal, en el trabajo de símbolos y cuentos que realizaremos este domingo 9 de diciembre de 2018.
Un abrazo, muchas gracias y hasta pronto.
«Por ejemplo», cantada por Fernando Cabrera- Eduardo Mateo: un viaje al mito.
«Por ejemplo», cantada por Fernando Cabrera y Carmen Pi: la presencia maravillosa de Cabrera y el talento de Carmen Pi
Érase una vez…
Otoño. Domingo cálido. Estoy sentada a una mesa al aire libre, en el campo. Escucho el graznido de un cuervo, el trinar de varios pájaros, perros lejanos ladrando…El sol camina hacia el atardecer. La naturaleza está verde, húmeda a causa de las lluvias de los últimos días. Voy dejando que me gane una presencia y comienzo a escribir habitada por ella. Es la energía de “la vieja”, “la bruja”, de la “Baba Yaga” que se acerca hasta mí con sus ojos rojos y su extraña sabiduría a cuestas.
Sueño y realidad
Hace poco más de un año me asaltó, desde un sueño, una vieja bruja terrible, flaca como hueso, pelo alborotado y una vara enorme, de madera, en la mano. Se tiró sobre mí desde el interior de un armario, la vara en alto, para golpearme con fuerza. Me despertó el impacto de la imagen y la fuerza temible y arcaica de esa mujer feroz y salvaje. Volví del sueño cargada de asombro, sabiendo que había sido tocada por un ser arquetípico y que, para mí, a partir de este toque, comenzaba un viaje. Como la mujer tenía mucho color azul supuse que era “Cailleach”, diosa celta del invierno que lleva dentro una doncella. Y como todo se mueve, y todo es cuento, sueño, y símbolo, cuando mi hija escuchó mi sueño quiso disfrazarse de Cailleach la noche de la Castanyada*. Tuve la oportunidad de ver manifestado en mi vida diurna el símbolo nocturno hecho ritual: vi a mi hija, pequeña doncella de la primavera, transformada en la temible, y, a la vez compasiva, vieja bruja del invierno. Y esta visión puso en marcha más información de mi inconsciente: la bruja siguió actuando a muchos niveles en mi vida y yo la sentía. Pasaron muchos cuentos y sueños… Y entonces comenzó a hablar la “Baba Yaga”.
Baba Yaga*
Irrumpe en escena la bruja amada y a la que he narrado en tantas ocasiones. Llegó de la mano de mi amiga Marisa Busakr. Voló atravesando los mares y traía un regalo: una bolsa de terciopelo negro, con un lirio blanco, como regalo para mi Baba Yaga. Y es en este punto preciso, en este encuentro de Baba Yaga a Baba Yaga, cuando después de casi un año de aquel sueño, y de muchas imaginaciones interiores, el cuento se pone en marcha. Marisa, con su intuición y su regalo, abrió en mí un espacio nuevo de trabajo que traía el germen de una propuesta de desarrollo escénico o artístico, acerca de esta bruja, rebruja, que tanto nos gusta a las dos.
Procesos Creativos
Cuando termino sacando a escena un trabajo de cuentos es porque antes he hecho un proceso interior, es decir, he transitado caminos del bosque y he vivido determinadas experiencias guiadas por esos cuentos. Estos procesos de creación siempre traen aparejados movimientos corporales, escritura, ensoñaciones, y sueños, muchos sueños.
Esta es la primera vez que quiero compartir en público este proceso interior, este taller propio que, supongo, terminará en propuesta escénica, o tal vez no. Lo que me importa es el viaje de mi creatividad que, como me pasa siempre, está siendo mágico, maravilloso, inspirador.
*Castanyada: fiesta tradicional de Catalunya que se celebra el “Día de todos los Santos” *Baba Yaga: bruja de los antiguos cuentos rusos. A veces es una, otras, tres. A veces mata, otras, otorga dones. Algún héroe la ha matado, aunque nunca muere en verdad. Siempre enseña. Su presencia asusta. La anuncia el entrechocar de árboles y las ramas que caen. Vuela en un mortero y vive en una cabaña, que gira, sostenida por patas de gallina.
Cotidiano Baba Yaga
La abundancia y la comida van asociadas a esta bruja. Le encanta comer, es voraz. Puede comer seres humanos. Guisar es uno de sus atributos. Cuando Basilisa la Bella visitó su casa se asombró ante la gran abundancia que allí vio. También tuvo que cocinar mucho para «la abuela Yaga»