Cosas inexplicables, como todo, como tú, como yo… Cosas que no conducen a nada y, sin embargo, cuántas preguntas generan, cuántas búsquedas, cuántos encuentros.
Abro una puerta a un lugar donde viven criaturas extrañas, con ojos y bocas, con dientes y manos. Me miran desde un infinito cargado de presagios. Todas las posibilidades giran en torno a ese lugar: solo hay que elegir, fijar la atención en un punto, y saltar (siempre hay un salto en este sitio). Un salto hacia el abismo; hacia abajo, hacia adelante; un salto de alegría o de miedo; un salto como una ofrenda.
Hoy solo abro la puerta y miro, no por cobardía, sino por curiosidad, tal vez por cansancio, tal vez por ganas de pensármelo mejor antes de coger carrerilla. Sé que no es lo que toca. Sé muy bien que el pensamiento no cuenta en este lugar y que las leyes de este mundo suelen ser extraordinariamente estrictas.
Veo pasar un zorro y le pido fuego. Se detiene, enciende una cerilla y la acerca a mi cigarro. Conversamos un rato, después se va.
Saludo a las criaturas y ellas me responden con un gesto de sus manos, o de sus dientes. Cierro la puerta. Mejor vuelvo otro día.