Cuenteando

Cuento de una noche de verano

Esto pasó hace mucho tiempo atrás. Por aquel entonces mi hermano y yo éramos niños. Esto pasó una noche de un verano lejano, en un país lejano, en un barrio casi campo. La vecina, sentada al sereno de la noche, nos habló de un demonio. La vecina, sentada en una silla de lona, tomando luna, nos habló de ese ser de cuernos retorcidos, rostro humano, patas con garras y poder indecible. La nieta de la mujer, mi hermano, yo, pequeños niños a la luz de la noche, escuchábamos. Temblando, sin querer dejar de oír, escuchábamos con todo el cuerpo. El misterio se desplegaba como un arte nuevo. La noche se volvía su cómplice. La vecina se transformó, ante nosotros, en un ser poderoso cargado de palabras que nos llevaban de viaje a un lugar peligroso donde los niños podían ser devorados.

Este tiempo lejano, en verdad era otro tiempo. Uno de tomar el fresco en la calle durante el verano y la primavera; de comunicar con palabras y cuentos. El barrio estaba lleno de vecinos que hablaban en corro. Se contaban cosas de otros lugares, anécdotas de vidas propias y ajenas.

Nuestra narradora nos hablaba -y nos sigue hablando en este tiempo sin tiempo- del infinito, del peligro, de la posibilidad de la muerte, del poder, del miedo. El miedo. Escondido entre las luciérnagas que parpadeaban en medio de lo negro. Miedo viscoso veraniego. Misterio grande. El demonio caminaba entre nosotros en ese momento. Seguramente nos observaba escondido entre las voces y risas del resto del vecindario.

El demonio… ese demonio. Capaz de matar o dar vida a su antojo. De asustar, de raptarnos.

¿Qué sentiría ella, al contarnos esta historia a nosotros, tan pequeños? ¿La contaba ella? ¿O era la propia historia quien a ella la contaba? O se contaba sola a través de los labios de esta mujer de un barrio montevideano.

Esa noche aprendí algo acerca del misterio. Algo inconmensurable que me arrojaba a la más profunda soledad.

Necesité el abrazo de mi madre para volver a casa. Quizás nunca haya podido volver del todo.

Y éste es el final feliz del cuento.

 demonio

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